domingo, 8 de septiembre de 2013

Sobre las ruedas de una buseta en Santa Marta

Cuando crucé por el umbral de la puerta de la universidad, recordé que antes debía sacar el dinero de mi cuasi bolsillo para pagar el pasaje de vuelta a casa. Me iría en bus, como de costumbre, y quizá vendría lleno otra vez.

Caminé hasta la funeraria La Paz, ubicada entre la calle 22 y la carrera 15, justo en la esquina donde los vehículos parecen perder la cabeza y no saben hacia dónde cruzar. Es ‘la hora pico’, y la brisa caliente del mediodía acelera su circulación por entre la muchedumbre que se aglomera presurosa en espera de una buseta que no detecte los sobrecupos.

Sucedió como había pensado. Subí en una grande donde, después de mí, no había lugar siquiera para media alma más. Me disponía a extenderle la mano al ayudante para pagarle el pasaje, pero reaccioné de pronto, y le dije:

-      -  No te pagaré si voy de pie.
-  - Aunque vayas de pie, debes pagar- me respondió el  joven muchacho con voz cómica y amable-. Son 1.400 pesos.
-       - Sé que ya no son 1.200 pesos. Ahora son 1.400, y me parece injusto el incremento del precio. Es más, me parece aún más injusto que deba pagarte el pasaje completo cuando, paradójicamente, no me están ofreciendo un servicio completo, un servicio de calidad… No te pagaré si voy de pie- repetí.

Una joven que estaba a mi lado me susurraba diciendo: “Así es. No le pagues”.

Y bien, ciertamente ni el ayudante ni el conductor tenían culpa en aquella situación. Ellos son los subordinados del sistema que entre todos alimentamos, pero que, por infortunio, solo unos pocos peces gordos logran quedar satisfechos.

“A mí no me perjudica en nada el incremento del pasaje. Es más, yo sigo ganando lo mismo. Pero a los usuarios sí les afecta, porque 1.400 son 1.400”, expresó Carlos Pertuz, un conductor de bus de la empresa Rodatur.
 Él sabe de qué está hablando, pues los beneficiarios de este medio de transporte masivo se merecen un buen servicio en concordancia con la Ley 336 del Estatuto General de Transporte, emitido en el año 1993 y que anota en algunas líneas que “las autoridades competentes (el alcalde y la secretaria de transporte y movilidad) exigirán y verificarán las condiciones de seguridad, comodidad y accesibilidad requeridas para garantizarle a los habitantes la eficiente prestación del servicio básico y de los demás niveles que se establezcan al interior de cada Modo, dándole prioridad a la utilización de medios de transporte masivo”.

Léase bien: seguridad, comodidad y accesibilidad. Los consumidores asiduos del servicio de busetas en Santa Marta tienen, no el derecho, sino la obligación de velar por el cumplimiento de esta ley, contemplada, además, en el Decreto N° 197 por el cual se fijan las tarifas para el servicio de transporte público, presentado por la alcaldía el 30 de julio del año en curso.

“Pero aquí nadie hace ni dice nada. A mí una vez me tocó llamarle la atención a un conductor porque iba demasiado rápido, por aquello de ‘La guerra del centavo’. Y eso se entiende, pero no es la razón justa para que vayan corriendo, sin tener cuidado de un accidente. Y en cuanto al aumento del pasaje, no estoy de acuerdo. Es mentira, además, que la gasolina aumentó, como tú dices que está escrito en el decreto de la alcaldía. No se han registrado alzas del precio de la gasolina en este semestre”, enunció Leonardo Montaño, un usuario constante de las busetas en el Distrito.

Sin embargo, hay otras personas que están de acuerdo con el aumento repentino del pasaje en buseta. Apuntan que, si bien fue sorpresivo para muchos y perjudicial para otro poco más, creen también que es justo en una ciudad como Santa Marta, que va creciendo cada vez más en extensión y población. Aseguran que el precio continúa siendo razonable en comparación con otras ciudades, como Barranquilla, donde las distancias son mucho más largas. 
Asimismo, ya era el momento de que se le cambiaran algunos números a la cifra, pues el pasaje no aumentaba desde hacía cuatro años, teniendo en cuenta que cada año se le debe sumar 50 pesos al precio regular.

El pasillo del bus

“Caminen hacia atrás. ¡Colaboren!”, gritaba el ayudante a voz en cuello, con aquel tono cómico y circunspecto al mismo tiempo.

Me escabullí por entre la gente apiñada en el pasillo del bus, mientras aguardaba no dejar caer el dinero que empuñaba en la mano, y que con segura convicción pretendía guardar en mi bolso una vez estuviera cómoda en algún asiento… Si es que lograba sentarme antes de llegar a la parada, claro está.
“Yo que tú no pago”, me susurró una colegiala con rostro delicado y alegre. Sí, ella y esa frase, tan normal en su esencia, me causaron mucha gracia. Y es que parece ilógico que exijan un dinero completo por un bien incompleto.

Entre los usuarios y los conductores, y aun en las emisoras locales, se escucha de la llegada de unos nuevos buses para la mejora del servicio en la ciudad. Sin embargo, se dice también que no pueden hacer llegar esa clase de vehículos hasta que no reparen todas las calles de la ciudad, las cuales, sin saber por qué, se registran como ‘aptas’ para esta clase se proyectos. Carlos Pertuz, mencionado anteriormente, ratifica la falsedad de la afirmación, puesto que él, como conductor y conocedor de las vías en Santa Marta, cree que se necesita un ensanchamiento de las avenidas a causa del tamaño de los nuevos buses.

El pago final

Finalmente tomé asiento en la atestada buseta. Aunque, realmente, para este momento muchos ya se habían bajado del vehículo, y se alcanzaba a respirar un poco del aire nuevo que fluía, pues el anterior había sido purificado por la tranquilidad y la ausencia de los gritos del ayudante… El mismo que se acercaba a paso lento, y ya me imaginaba para qué.

-       - Nena, ya estás sentada. Págame el pasaje.
-      -  ¡Pero qué descaro! ¿Cómo me puedes cobrar, si he venido de pie más de medio trayecto?

Esto último lo decía sin razón. A la verdad, y en contra de mis razonamientos, había durado muy poco tiempo de pie comparando con otras veces en las que he llegado a mi destino, Mamatoco (o Lejostoco, como suelo decir) sin haberme sentado en los ‘cómodos’ asientos de las busetas.

“No, la verdad no estoy de acuerdo con el incremento del precio en las busetas. El servicio es regular, son muy incómodas y pequeñas…”, declaró Rafael Rocha, un beneficiario del servicio. “Además, para ser una ciudad tan pequeña es mucho el incremento, aparte de que no abarcan toda la zona urbana”, puntualizó.

Al menos llegan por donde yo me quedo, al frente del Centro Comercial Buenavista, donde debía bajarme para luego caminar unas cuadras hacia mi casa. Y, finalmente, para este momento me iba pareciendo injusto que yo no le pagara algo, al fin y al cabo es su trabajo.


-       Ok. Te pagaré solo mil pesos.

jueves, 29 de marzo de 2012

Y para reflexionar...

¡LUCHA HASTA 


VENCER!


En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio. Tenía quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron de urgencia al hospital del condado. 

En su cama, horriblemente quemado y semi-inconsciente, el niño oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo moriría - que era lo mejor que podía pasar, en realidad -, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo. 

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió. Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera, ya que estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus piernas. 

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido; ¡caminaría! Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida. 

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca. 

Cuando no estaba en la cama, estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas. 

Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar. Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas. 

Por fin, gracias a los fervientes masajes diarios de su madre, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr. 

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista. 
Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado, el Dr. Glenn Cunningham, ¡corrió el kilómetro más veloz del mundo! 
¿Qué dice Gabriel García 
Márquez sobre el arte de contar historias?

"Modestamente, me considero el hombre más libre del mundo -en la medida en que no estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a haber hecho durante toda la vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos amigos y seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal vez la de los amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la ducha y, mientras me enjabono, me cuento a mí mismo una idea que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios días... Es decir, padezco de la bendita manía de contar. Y me pregunto: esa manía, ¿se puede trasmitir? ¿Las obsesiones se enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias, mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por qué eliminó de la historia una determinada situación o incluyó un nuevo personaje... ¿No es eso lo que hacen también los escritores cuando leen a otros escritores? Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: “Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá...” En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago. La técnica, el oficio, los trucos son cosas que se pueden enseñar y de las que un estudiante puede sacar buen provecho. Y eso es todo lo que quiero que hagamos en el taller: intercambiar experiencias, jugar a inventar historias, y en el ínterin ir elaborando las reglas del juego"

"Pedí a los cielos una oportunidad, de hecho, la tuve frente a mis ojos. La desaproveché, y eso lo entendí unas horas después" Zarah Von Lee.

Zarah, junto con sus compañeras de clase, permanecía sentada al frente del Laboratorio de Química, mientras esperaba pacientemente la llegada de la profesora. Se acordó que había gastado de más en el recreo, por lo que debía tener incompleto el dinero para el bus.
-¡ Ah, tengo tres monedas de $500! Bueno, al menos podré irme a casa y comprar un a barra de chocolate con lo que sobre- Pensó Zarah, mientras revisaba en su bolsillo con la esperanza de encontrar más.

Una niña, que por su estatura parecía estar en Primaria, se acercaba lentamente hacia el grupo. Miró a todas y,  sin importarle los obstáculos, saltó sobre las estudiantes y llegó hasta Zarah.
-Nena, ¿Será que me puedes regalar $500? Tengo hambre.
Zarah pensó dos segundos exactos para responderle:
-Eh... No, nenita. Sólo tengo el dinero de mi pasaje. De lo contrario, te regalaría más de lo que me pides.

Sí, Zarah sabía que podía ayudar a la niña. Y también reconoció que, aunque tuviese más dinero, habría dado la misma respuesta.
Cuando salió de la escuela para tomar el bus y comprar el chocolate, se asustó de una manera casi palpable; no porque descubrió que había perdido el dinero, sino porque entendió en su corazón que ese día tuvo la oportunidad de ayudar a alguien, y no lo hizo.

El arte de escribir Historias cortas.


Para escribir una buena historia corta no se necesitan 500 palabras, sólo un argumento interesante y un uso reducido de lengua y gramática para su expresión.
Las experiencias en este sentido siempre son positivas ya que los alumnos sienten que han logrado ‘algo’, su propia historia corta, que en muchos casos son muy buenas, se utiliza en distintas etapas de producción. Es importante no olvidarse de la etapa de reflexión sobre el mensaje de las historias, sin la cual la actividad no estaría completa.
Si quieres escribir una buena historia corta basta una página, no hace falta que la extensión de las palabras sea mucho mayor, sino que lo que importa es la calidad del argumento que no necesite por sus características intrínsecas de una extensión mayor.

Para escribir una buena historia...

http://es.wikihow.com/escribir-una-cuento-corto

...La verdad es que...

Mientras escribir una novela es una tarea titánica, casi cualquiera puede escribir un cuento corto. Eso no quiere decir que los cuentos sean fáciles de escribir, sin embargo, no son tan artísticos y complicados como las novelas. Con la práctica, paciencia y pasión por la escritura, puedes escribir buenos cuentos.